Estrenos 2012: Café de Flore


Café de Flore (Canadá / Francia, 2011)

Dirección: Jean-Marc Vallée
Guion: Jean-Marc Vallée
Intérpretes: Vanessa Paradis, Kevin Parent, Hélène Florent, Évelyne Brochu
Música: varios autores
 

Olvídame, esta zamba te lo pide,
te pide mi corazón que no me olvides, que no me olvides.
Deja el recuerdo caer como un fruto por su peso,
yo sé bien que no hay olvido que dure más que tus besos.
Yo digo que el tiempo borra la huella de una mirada,
mi zamba dice: no hay huella que dure más en el alma.
Zamba del olvido (Jorge Drexler)


No me gusta poner títulos a mis críticas, pero me ha parecido oportuno escribir estos versos de Drexler a modo de introducción. Es un cantautor uruguayo al que yo escuchaba mucho en los años noventa, cuando editó en España el disco Vaivén, del que está extraída esta canción. En las siguientes décadas seguí escuchando la música que hacía, pero cada vez menos: ahora a veces recupero aquel antiguo disco, aunque sin mucho apasionamiento.

La pasión es un tema importante en la vida de casi todos, y también en esta película inteligente y emocionante que trata de transmitir algo, lo cual es un alivio entre tanta banalidad cinematográfica. Lloré, lloré muchísimo: durante la proyección, durante los títulos de crédito, en la calle tras abandonar la sala... Desde luego no es un criterio válido en absoluto para juzgarla, porque yo soy muy emotivo con el cine, pero sí es indicativo de que tocó fibras sensibles de mi personalidad, sobre todo las que se corresponden con la pérdida de la pasión o más bien la pérdida de la inmortalidad, aunque me temo que hay una relación intrínseca entre ambas.
Vas deslizándote suavemente hasta encontrarte con tu tiempo finito: miras hacia atrás con nostalgia, reconocimiento del tiempo perdido o si tienes suerte con cierta indiferencia; pero también miras hacia delante y puedes empezar a sentir que deseas que tu tiempo deje de escaparse. Te has vuelto mortal, un nuevo estado de conciencia que suele coincidir con la peyorativa descripción de crisis de los cuarenta y que implica transformación en un gran número de ocasiones.
Al protagonista de la película, Antoine, se le describe en ese momento exacto de su vida: no tiene claro hacia dónde va, sólo que muchas de sus pasiones anteriores, incluida su supuesta alma gemela y que ahora es su exmujer o su trabajo, se han desencajado en su escala de valores y prioridades.
Digo el protagonista, pero me refiero únicamente al de la historia que transcurre en el Montreal de hoy, porque uno de los grandes aciertos de la película consiste en relacionar esta trama con otro hecho aparentemente sin conexión que se produce en el París de 1969: el de una madre, Jacqueline, a la que abandona su marido cuando descubre, tras nacer su primer hijo, que este padece síndrome de Down. Creo que es un acierto, primero porque ambas historias por separado resultarían un tanto intrascendentes, a pesar de la dureza de la que discurre en 1969 y, por otro, porque el director ha conseguido que el ritmo de cambio constante entre ambas no nos saque de la película y no genere confusión: todo un logro.

Para los que como yo no creemos en la trascendencia ni en el alma, curiosamente la idea de reencarnación que plantea no nos resulta molesta, es como disfrutar de un buen viaje virtual: las ideas están bien expuestas, la narración bien construida. No necesito que una película comulgue con mis ideas, me encantan las buenas historias bien contadas y esta lo es, aunque me sobre la médium, la discreta cursilería de las almas gemelas y no crea en absoluto en el esoterismo de los álter ego en tiempo y espacio diferentes. No obstante, opino que con todo ello el autor sujeta un entramado narrativo difícil y complejo, y consigue con sutileza y enorme habilidad cerrar la historia en tiempo presente a través de la de 1969: es posible que no todo sea imprescindible pero el engranaje funciona.
A mi amiga Cristina, que aguantó estoicamente mis sollozos durante la proyección, le encantó la carnalidad y el sabor a realidad de lo físico: el beso de los adolescentes (de una veracidad rotunda), el contacto y los besos entre la madre y su hijo con síndrome de Down, la sensualidad de la relación entre Antoine y su nueva pareja.
También destacable la música (tanto banda sonora como canciones) aunque extrañamente, yo que soy músico nunca le presto demasiada atención. De todos modos sí me atrevería a decir que el uso que se hace de la misma para conectar las dos historias es muy bueno y también su utilización para dar aroma a los recuerdos.
Id a verla, en el mejor de los casos, si conectáis con su misticismo, saldréis encantados y, en el peor, habréis visto algo planteado inteligentemente y de forma artística por parte de su autor.
Como colofón, y para contrarrestar tanta espiritualidad y la introducción de Drexler, cierro con una buena oración de Stendhal: Dios mío, si es que existes, apiádate de mi alma, si es que tengo.

Manuel Escudero
Colaboradora: Cristina Durán