Café de Flore (Canadá / Francia, 2011)
Dirección:
Jean-Marc Vallée
Guion: Jean-Marc Vallée
Guion: Jean-Marc Vallée
Intérpretes:
Vanessa Paradis, Kevin Parent, Hélène Florent, Évelyne Brochu
Música: varios autores
Música: varios autores
Olvídame, esta zamba
te lo pide,
te pide mi corazón
que no me olvides, que no me olvides.
Deja el recuerdo
caer como un fruto por su peso,
yo sé bien que no
hay olvido que dure más que tus besos.
Yo digo que el
tiempo borra la huella de una mirada,
mi zamba dice: no
hay huella que dure más en el alma.
Zamba del olvido (Jorge
Drexler)
No me gusta poner títulos a mis
críticas, pero me ha parecido oportuno escribir estos versos de Drexler a modo
de introducción. Es un cantautor uruguayo al que yo escuchaba mucho en los años
noventa, cuando editó en España el disco Vaivén, del que está extraída
esta canción. En las siguientes décadas seguí escuchando la música que hacía,
pero cada vez menos: ahora a veces recupero aquel antiguo disco, aunque sin
mucho apasionamiento.
La pasión es un tema importante
en la vida de casi todos, y también en esta película inteligente y emocionante
que trata de transmitir algo, lo cual es un alivio entre tanta banalidad
cinematográfica. Lloré, lloré muchísimo: durante la proyección, durante los
títulos de crédito, en la calle tras abandonar la sala... Desde luego no es un
criterio válido en absoluto para juzgarla, porque yo soy muy emotivo con el
cine, pero sí es indicativo de que tocó fibras sensibles de mi personalidad,
sobre todo las que se corresponden con la pérdida de la pasión o más bien la pérdida
de la inmortalidad, aunque me temo que hay una relación intrínseca entre
ambas.
Vas deslizándote suavemente hasta
encontrarte con tu tiempo finito: miras hacia atrás con nostalgia,
reconocimiento del tiempo perdido o si tienes suerte con cierta indiferencia;
pero también miras hacia delante y puedes empezar a sentir que deseas que tu
tiempo deje de escaparse. Te has vuelto mortal, un nuevo estado de conciencia
que suele coincidir con la peyorativa descripción de crisis de los cuarenta y
que implica transformación en un gran número de ocasiones.
Al protagonista de la película,
Antoine, se le describe en ese momento exacto de su vida: no tiene claro hacia
dónde va, sólo que muchas de sus pasiones anteriores, incluida su supuesta alma
gemela y que ahora es su exmujer o su trabajo, se
han desencajado en su escala de valores y prioridades.
Digo el protagonista, pero me
refiero únicamente al de la historia que transcurre en el Montreal de hoy,
porque uno de los grandes aciertos de la película consiste en relacionar esta
trama con otro hecho aparentemente sin conexión que se produce en el París de
1969: el de una madre, Jacqueline, a la que abandona su marido cuando descubre,
tras nacer su primer hijo, que este padece síndrome de Down. Creo que es un
acierto, primero porque ambas historias por separado resultarían un tanto
intrascendentes, a pesar de la dureza de la que discurre en 1969 y, por otro,
porque el director ha conseguido que el ritmo de cambio constante entre ambas
no nos saque de la película y no genere confusión: todo un logro.
Para los que como yo no creemos
en la trascendencia ni en el alma, curiosamente la idea de reencarnación que
plantea no nos resulta molesta, es como disfrutar de un buen viaje virtual:
las ideas están bien expuestas, la narración bien construida. No necesito que
una película comulgue con mis ideas, me encantan las buenas historias bien
contadas y esta lo es, aunque me sobre la médium, la discreta cursilería de las
almas gemelas y no crea en absoluto en el esoterismo de los álter ego en
tiempo y espacio diferentes. No obstante, opino que con todo ello el autor
sujeta un entramado narrativo difícil y complejo, y consigue con sutileza y
enorme habilidad cerrar la historia en tiempo presente a través de la de 1969:
es posible que no todo sea imprescindible pero el engranaje funciona.
A mi amiga Cristina, que aguantó
estoicamente mis sollozos durante la proyección, le encantó la carnalidad y el
sabor a realidad de lo físico: el beso de los adolescentes (de una veracidad
rotunda), el contacto y los besos entre la madre y su hijo con síndrome de
Down, la sensualidad de la relación entre Antoine y su nueva pareja.
También destacable la música
(tanto banda sonora como canciones) aunque extrañamente, yo que soy músico
nunca le presto demasiada atención. De todos modos sí me atrevería a decir que
el uso que se hace de la misma para conectar las dos historias es muy bueno y
también su utilización para dar aroma a los recuerdos.
Id a verla, en el mejor de los
casos, si conectáis con su misticismo, saldréis encantados y, en el peor,
habréis visto algo planteado inteligentemente y de forma artística por parte de
su autor.
Como colofón, y para
contrarrestar tanta espiritualidad y la introducción de Drexler, cierro con una
buena oración de Stendhal: Dios mío, si es que existes, apiádate de mi alma,
si es que tengo.
Manuel Escudero
Colaboradora: Cristina Durán
Colaboradora: Cristina Durán