Año de producción: 2019
Director: Jonás Trueba
Guionistas: Jonás Trueba e Itsaso
Arana
Intérpretes: Itsaso Arana, Vito
Sanz, Joe Manjón, Isabelle Stoffel, Mikele Urroz, Luis Heras, María Herrador,
Naiara Carmona, Francesco Carril, Sigfrid Monleón, Violeta Rebollo
Vivir
Para Lucía, una Eva de libro
Vivimos entre superficies y
el verdadero arte de la vida consiste en deslizarse bien sobre ellas.
Ralph Waldo Emerson
No existe criatura cuyo ser interior sea tan
fuerte que no esté determinado en gran parte por lo que encuentra en el
exterior.
George Eliot (Mary Anne
Evans), Middlemarch
Algunas
veces, pocas, dan ganas de quedarse a vivir en una película. Así me ocurrió no
hace mucho con Paterson, de Jim
Jarmusch, y hoy vuelve a sucederme con La
virgen de agosto, una película que no se ve; se habita, se vive.
La película logra capturar la
resbaladiza esencia de la vida y el arte. Lo local y lo castizo de las calles y
los lugares madrileños en agosto y la individualidad y bizarría algo marciana y
mariana de la protagonista, Eva (luminosa y emocionante Itsaso Arana), reflejan
a escala el mapa del tesoro de lo universal y lo eterno. Todo es tuétano en la
apariencia liviana y casi sonámbula de esta película que, voluntariamente,
plantea preguntas sin respuesta y abre ventanas y puertas que no golpean pero
rozan. ¿Cómo llega uno a ser quien realmente es? ¿Es acaso posible llegar a
serlo? ¿Es valiente alejarse geográficamente para romper con las ataduras o lo
es más quedarse y aprender a aflojarlas? ¿De qué manera logra uno hacerse una
persona de verdad? Esas preguntas se las hace y nos las plantea Eva a través de
encuentros, algunos azarosos y otros buscados, y de la contemplación de su
ciudad, Madrid, y sus circunstancias con nuevos ojos, los de una Eva
primigenia, turista y extranjera de sí misma en su propio entorno, en su
incursión pasajera en una vivienda ajena que enseguida se convierte en casa
tomada. El reflejo de Eva en los demás se va formando poco a poco, con su
empeño y a la vez sin darse cuenta; con una mezcla exacta de trascendencia y
sentido del humor, de conversaciones que cuentan y reflexivos silencios (tras
las huellas de Éric Rohmer), de pequeños y extraordinarios actos cotidianos y
gestos que significan mucho.
Jonás Trueba e Itsaso Arana han
elegido la forma del diario para recoger los quince días que abarca la
narración. Pero lo que encierra esa medida exacta es la subjetividad y la
elasticidad del tiempo estival de agosto, con días que pasan en un abrir y
cerrar de ojos y días que se estiran y no acaban nunca, fundiéndose unos con
otros. Es en ese tiempo remansado en el que la protagonista se busca y se va
encontrando a sí misma en las personas a las que se acerca sin prejuicios, sin
coraza, pero también en sus paseos, en una especie de road movie a pie por las calles de Madrid, por espacios familiares
pero observados y transitados con otra perspectiva (el viaje en el autobús
turístico, la visita de espía contemplativa al Museo Arqueológico Nacional, el
viaducto con una entrada oculta, las verbenas, la emoción al ver pasar una
procesión desde el balcón…) y en otro lugar alejado de la ciudad, el río
Jarama, escenario de una jornada campestre de asunción, epifánica y bautismal
para Eva.
Jonás Trueba construye así su mejor
película, con un equilibrio mágico, casi místico (quizá gracias a la mano
divina de Itsaso Arana en el guion), entre tradición y originalidad, entre
fondo y forma, entre lo nimio y lo enorme, entre naturalidad o realismo y
fantasía o misticismo, entre ligereza o frescura y contundencia o peso y poso
filosófico (aquí atemperado en conversaciones no alargadas o excesivamente
forzadas que sí deslucían a ratos sus anteriores películas). Todo ello cobra
vida encarnado por esa Eva, fundadora de sí misma, madre de todos y de nadie,
que desaparece del plano y de la película de puntillas pero con el paso firme
de quien parece haberse reconocido a sí misma y está preparada para recibir y
dar vida porque todavía queda tiempo y está aquí. Casi nada.
Itziar
Ibáñez
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