Estrenos 2014: Nymphomaniac. Volumen 1


Nymphomaniac. Volumen 1 (Dinamarca, 2013)
Dirección y guión: Lars von Trier



Un viaje iniciático


         Simplificando mucho, podrían considerarse la mayor parte de las películas de Lars como radiografías del mal y de la lucha para combatirlo, lucha desigual y por ello titánica, lucha que no siempre consigue aplacarlo, que exige la existencia de una víctima propiciatoria, y que, en cualquier caso, abriga siempre la contradicción. En Europa el protagonista es engañado, confunde los códigos y siembra la destrucción. En Rompiendo las olas la entrega en sacrificio hasta la muerte de la protagonista obra el milagro de devolver la vida a su ser querido, milagro subrayado por las campanas del plano final. En Los idiotas el sufrimiento real escapa a la mirada del bienintencionado juego estetizante del grupo y acaba paralizándolo. Bailando en la oscuridad nos sume en la desesperanza absoluta. En la fábula moral que es Dogville Grace descubre el mal donde menos pensaba encontrarlo, en la gente común, y se convierte en ángel justiciero condenando a los otros al exterminio. El dolor y el sufrimiento se infligen como venganza y como mecanismo de salvación individual. Hasta aquí el papel de la mujer es redentor; ella atesora un vestigio luminoso que se impone a las ignominias que la rodean a cambio de la humillación, la vejación y el sufrimiento. En Anticristo, en cambio, la mujer protagonista asume la condición de bruja, de alumbradora del mal, un mal primigenio que exige su destrucción para que las demás mujeres puedan ser liberadas del estigma secular; al cabo, sigue siendo redentora, pero no mediante la autoinmolación, sino por el sacrificio que se le impone desde fuera. Lars von Trier nos había dejado a merced del planeta maléfico Saturno, señor de la enfermedad reservada a los genios, Melancholia.

         La bruja que había sido Charlotte Gaingsbourg en Anticristo regresa en Nymphomaniac volumen 1 como criatura perversa, según dice ella misma, aunque esta opinión será puesta en tela de juicio por su interlocutor. Es difícil saber la condición final que reserva a la protagonista Lars von Trier, porque estamos sólo ante el primer volumen de los dos que constituyen la entrega completa, una primera parte en la que asistimos a las peripecias de Joe joven (Stacy Martin) evocadas por Joe adulta (Charlotte Gaingsbourg), y porque, además, según vemos en las imágenes que acompañan a los créditos finales, el volumen segundo se promete “duro” en prácticas sexuales (aunque habrá que ver el contexto). Por de pronto, el director danés dibuja una criatura perseguida por la serie de Fibonacci, delinea un ser primigenio que encarna la divina proporción, ese número áureo que ha inspirado a tantos artistas plásticos y musicales por encerrar, parece, los secretos de la naturaleza viva, del incesante devenir que no encuentra reposo, de la voluntad ciega de la existencia que hace tautología de sí misma.
         La película se articula en cinco episodios enlazados magistralmente. A lo largo de ellos, Joe adulta da cuenta a su salvador ocasional de las aventuras que han jalonado su vida, y lo hace subrayando su condición malvada. Su interlocutor, en cambio, le ofrecerá una lectura diferente. Exégeta improvisado de los avatares humanos, irá desentrañando las implicaciones que oculta la inusual adicción al sexo de la protagonista. En el episodio 1,  The Complete Angler (el pescador que utiliza la técnica del angling), asistimos al despertar genital de Joe, al que no son ajenas las enseñanzas de su padre acerca de los árboles, ni su profesión médica. La muchacha, junto a una amiga que la guía, se lanza a la pesca desenfrenada de varones. Como preámbulo, en el primer juego decisorio de ambas escuchamos el vals número 2 de la Suite de jazz de Shostakovich acompañando la pequeña inundación que han provocado en el cuarto de baño. Ese agua bautismal se convierte en metáfora del más poblado al que las jóvenes van a buscar sus presas. Seligman, que ha comenzado a escuchar con atención el relato de Joe adulta, relaciona de inmediato el proceso en el que se ha embarcado Joe joven con el arte de la pesca; le muestra las similitudes en las estrategias y en las técnicas, el juego de seducción y los señuelos de que hacen uso ambos menesteres. En la pérdida de la virginidad de Joe, fría y mecánica, asistimos a la primera manifestación de su condición áurea. Las tres embestidas por delante más las cinco por detrás con que se despoja de la virginidad son saludadas por Seligman como dígitos elementales de la serie de Fibonacci que el espectador puede ver sobreimpresa en la pantalla.
         Episodio 2, Jerôme. La amiga de Joe ha fundado una especie de cofradía impía cuyos rituales se llevan a cabo ante el lema Mea vulva, maxima vulva al son de un intervalo insistente de quinta disminuída (si-fa) en el piano. Seligman desvela a Joe el significado del tritono, su evitación sistemática durante la Edad Media y el sobrenombre con el que se le conoció en épocas pasadas: diabolus in musica. El cometido de este conjunto de irreverencias no es otro que enfrentarse al amor y atacarlo. El tritono da paso, así, a La muerte del cisne de Saint-Saëns que suena a continuación. Pero la naturaleza es insondable y se resiste a la simplificación. La joven ninfómana aún tiene que aprender mucho a partir de estos primeros tramos de su iniciación en los misterios de la vida. Seligman le recuerda que es precisamente una ninfa, un ser al que aguarda todavía un largo camino hasta alcanzar su último estadio evolutivo. Amor y sexo son inseparables, y así se lo recuerda su amiga: “El ingrediente secreto del sexo es el amor”. En algún momento suena el vals de Shostakovich (¿recuerdo del momento inicial del proceso?, ¿señal de inmadurez?). La casualidad lleva a Joe a encontrarse con Jerôme en circunstancias diferentes a las de sus encuentros sexuales. Joe experimenta ahora lo que es una dependencia amorosa. El diálogo entre Seligman y Joe permite entrever retrospectivamente una cierta condición femenina en Jerôme por el modo en que se come el hojaldre (cosas del psicoanálisis, tampoco hay que darlo mayor importancia). El amor que se ha abierto paso en el interior de Joe se manifiesta sonoramente en el primer tiempo de la Sonata de César Franck. Pero también se vuelve a escuchar, más tarde, el vals de Shostakovich. Este duelo de temas musicales parece alegorizar la indeterminación de la protagonista entre el ejercicio desafiante del sexo y la sujección a un objeto amoroso. Pero lo más significativo del episodio es la identificación de Joe con la proporción áurea: ante la estupefacción de Jerôme, la joven encuentra instintivamente un lugar donde aparcar el coche, lugar revelado al espectador mediante una de las expresiones geométricas derivadas de la sección áurea que aparece sobreimpresa en la pantalla y que confirma que la ninfa entraña el secreto de la naturaleza, un secreto apenas desvelado. Pero Joe pierde a Jerôme.
         Episodio 3, Mrs. H. Un ojo femenino y una inscripción, semiocultos al espectador, dan paso a lo que puede considerarse como un entremés. Habiendo perdido a Jerôme, Joe reanuda sus contactos sexuales indiscriminados y los supedita a las leyes del azar dejando que sean los dados quienes decidan el grado de atención que recibe cada uno de los amantes. Cuando uno de ellos pretende instalarse en su casa abandonando a su esposa y a sus tres hijos, se desencadena la tragicomedia. Uma Thurman está graciosísima (y brillante) en su papel de esposa y madre despechada, desplegando toda una batería de recursos oratorios que incluye la manipulación de objetos diversos y de los tres niños (¡ah, Cicerón!) con que culpabilizar a los causantes de un hogar destrozado. Joe, que ya se había mofado cruelmente del matrimonio y de su capacidad engendradora en el primer episodio, recibe esta peroratio con cinismo (“¿se puede hacer una tortilla sin romper varios huevos?”). Sin embargo, la llegada de otro amante se vuelve en su contra. Descubiertas las artimañas aleatorias que ha urdido, de las que ahora es víctima, tendrá que enfrentarse a la soledad, una soledad que ya había experimentado en circunstancias ajenas a la vida amorosa y que el director subraya con la Sonata de César Franck. En este punto toma el relevo del relato Edgar Allan Poe.
         Episodio 4, Delirium. Acompañada por las palabras preliminares de El hundimiento de la casa Usher, vemos a Joe avanzar hacia un lugar siniestro que no es otro que el hospital donde se encuentra su padre. Rodado íntegramente en blanco y negro (homenaje, por qué no, a Jean Epstein), en este episodio asistimos al hundimiento del armazón que ha dado cobijo a la muchacha en las primeras fases de su iniciación. En su lecho de muerte, el padre vuelve a contarle los misterios de la naturaleza a través de los árboles, especialmente a través del fresno, árbol privilegiado por la mitología nórdica. Ante la inminente pérdida del universo que ha dado sentido a su vida, aquél sucumbe a la desesperación en forma de delirium tremens, particular efecto de su síndrome de abstinencia vital. No obstante, el apetito sexual de Joe sigue incólume: durante sus estancias en el hospital hace el amor rabiosamente con el personal de éste. De hecho, se intensifica con la muerte de su progenitor; ante el cadáver, Joe lubrica en un primer plano donde vemos una a modo de lágrima que le baja por la entrepierna, homenaje último a su querido mentor. Ante la “casa Usher” en ruinas, Seligman propone a Joe la imagen de un nuevo habitáculo, aquél en el que se internó de hecho Joe en la siguiente etapa, pero cuya lectura se le ofrece ahora con la ayuda de la música de Palestrina y de J. S. Bach, con el testimonio de quienes ambicionaron atrapar el número áureo en sus creaciones plásticas  o musicales.
         Episodio 5, The Little Organ School. Dos son las claves, ambas musicales, con que descifra Seligman el devenir de Joe en este último episodio del volumen 1. La primera es la polifonía, singularidad de la cultura occidental en la que cada voz tiene vida propia, pero, además, se funde con otras para conformar un todo armónico. Una obra de Palestrina le ha servido al final del episodio anterior para hacérselo comprender a la protagonista. La segunda es la omnipresencia en la obra de Bach de todo tipo de alegorías en las que se incluye la numerología basada en la serie de Fibonacci. Bach es, sobra decirlo, el más alto exponente de la arquitectura polifónica musical, o, al menos, se tiene como tal. Joe se ha vuelto a encontrar con Jerôme y lo integra en su práctica sexual a varias bandas. Pero ahora éstas quedan reducidas a tres: un amante dócil y paternal que le da seguridad, otro, dominador y fiero, que le proporciona el máximo placer sensual, y Jerôme, que garantiza su estabilidad afectiva. En la secuencia más hermosa de la película asistimos al milagro de las tres relaciones en armonía. La pantalla se divide en tres segmentos verticales y traduce en imágenes el coral-preludio de Bach BWV 639 incluído en su Orgelbüchlein: el bajo, en el pedalero, sustento del conjunto, ocupa la parte izquierda simbolizado por el coche rojo del amante dócil; la parte derecha la llenan por igual un leopardo y la figura desnuda del amante dominador, imágenes ambas de la melodía central, sinuosa y grácil; en el centro Jerôme encarna la voz superior que es el cantus firmus, esto es, la melodía del coral preexistente, la que da sentido a toda la composición, Ich ruf zu dir, Herr Jesu Christ (Te llamo, Señor Jesucristo) y que es descrita con una frase que ya hemos oído antes: “El ingrediente secreto del sexo es el amor”. La traducción literal de Orgelbüchlein sería “Pequeño libro para órgano”, pero Lars von Trier prefiere subrayar el carácter pedagógico de la colección traduciendo “La pequeña escuela para órgano”. Y es que, en efecto, la polifonía de Bach se revela como un paso decisivo en el proceso de aprendizaje vital de Joe y desvela, una vez más, su imbricación en la divina proporción que rige la vida natural.
         Justo al final surge el desasosiego. En medio del acto sexual Joe exclama: “¡No siento nada!”. Esto nos hace temer lo peor. Se nos había olvidado la música con la que arranca la película, en un lugar sórdido donde Seligman recoje a Joe maltrecha y semi-inconsciente, y que el director nos recuerda ahora en los créditos: una música de rock heavy que alude al sufrimiento y a la humillación afectivos. El destino de Joe depende del capricho de Lars von Trier. Aquí termina el volumen 1 de su tratado sobre la iniciación a los misterios de la naturaleza.

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