Nymphomaniac. Volumen
1 (Dinamarca, 2013)
Dirección y guión: Lars von Trier
Un viaje iniciático
Simplificando
mucho, podrían considerarse la mayor parte de las películas de Lars como
radiografías del mal y de la lucha para combatirlo, lucha desigual y por ello
titánica, lucha que no siempre consigue aplacarlo, que exige la existencia de
una víctima propiciatoria, y que, en cualquier caso, abriga siempre la
contradicción. En Europa el
protagonista es engañado, confunde los códigos y siembra la destrucción. En Rompiendo las olas la entrega en
sacrificio hasta la muerte de la protagonista obra el milagro de devolver la
vida a su ser querido, milagro subrayado por las campanas del plano final. En Los idiotas el sufrimiento real escapa a
la mirada del bienintencionado juego estetizante del grupo y acaba
paralizándolo. Bailando en la oscuridad
nos sume en la desesperanza absoluta. En la fábula moral que es Dogville Grace descubre el mal donde
menos pensaba encontrarlo, en la gente común, y se convierte en ángel
justiciero condenando a los otros al exterminio. El dolor y el sufrimiento se
infligen como venganza y como mecanismo de salvación individual. Hasta aquí el
papel de la mujer es redentor; ella atesora un vestigio luminoso que se impone
a las ignominias que la rodean a cambio de la humillación, la vejación y el
sufrimiento. En Anticristo, en
cambio, la mujer protagonista asume la condición de bruja, de alumbradora del
mal, un mal primigenio que exige su destrucción para que las demás mujeres
puedan ser liberadas del estigma secular; al cabo, sigue siendo redentora, pero
no mediante la autoinmolación, sino por el sacrificio que se le impone desde
fuera. Lars von Trier nos había dejado a merced del planeta maléfico Saturno,
señor de la enfermedad reservada a los genios, Melancholia.
La bruja que
había sido Charlotte Gaingsbourg en Anticristo
regresa en Nymphomaniac volumen 1
como criatura perversa, según dice ella misma, aunque esta opinión será puesta
en tela de juicio por su interlocutor. Es difícil saber la condición final que
reserva a la protagonista Lars von Trier, porque estamos sólo ante el primer
volumen de los dos que constituyen la entrega completa, una primera parte en la
que asistimos a las peripecias de Joe joven (Stacy Martin) evocadas por Joe
adulta (Charlotte Gaingsbourg), y porque, además, según vemos en las imágenes
que acompañan a los créditos finales, el volumen segundo se promete “duro” en
prácticas sexuales (aunque habrá que ver el contexto). Por de pronto, el
director danés dibuja una criatura perseguida por la
serie de Fibonacci, delinea un ser primigenio que encarna la divina proporción,
ese número áureo que ha inspirado a tantos artistas plásticos y musicales por
encerrar, parece, los secretos de la naturaleza viva, del incesante devenir que
no encuentra reposo, de la voluntad ciega de la existencia que hace tautología
de sí misma.
La
película se articula en cinco episodios enlazados magistralmente. A lo largo de
ellos, Joe adulta da cuenta a su salvador ocasional de las aventuras que han
jalonado su vida, y lo hace subrayando su condición malvada. Su interlocutor,
en cambio, le ofrecerá una lectura diferente. Exégeta improvisado de los
avatares humanos, irá desentrañando las implicaciones que oculta la inusual
adicción al sexo de la protagonista. En el episodio 1, The
Complete Angler (el pescador que utiliza la técnica del angling), asistimos al despertar genital
de Joe, al que no son ajenas las enseñanzas de su padre acerca de los árboles,
ni su profesión médica. La muchacha, junto a una amiga que la guía, se lanza a
la pesca desenfrenada de varones. Como preámbulo, en el primer juego decisorio
de ambas escuchamos el vals número 2 de la Suite
de jazz de Shostakovich acompañando la pequeña inundación que han provocado
en el cuarto de baño. Ese agua bautismal se convierte en metáfora del más
poblado al que las jóvenes van a buscar sus presas. Seligman, que ha comenzado
a escuchar con atención el relato de Joe adulta, relaciona de inmediato el
proceso en el que se ha embarcado Joe joven con el arte de la pesca; le muestra
las similitudes en las estrategias y en las técnicas, el juego de seducción y
los señuelos de que hacen uso ambos menesteres. En la pérdida de la virginidad
de Joe, fría y mecánica, asistimos a la primera manifestación de su condición
áurea. Las tres embestidas por delante más las cinco por detrás con que se
despoja de la virginidad son saludadas por Seligman como dígitos elementales de
la serie de Fibonacci que el espectador puede ver sobreimpresa en la pantalla.
Episodio
2, Jerôme. La amiga de Joe ha fundado
una especie de cofradía impía cuyos rituales se llevan a cabo ante el lema Mea vulva, maxima vulva al son de un
intervalo insistente de quinta disminuída (si-fa) en el piano. Seligman desvela a Joe
el significado del tritono, su evitación sistemática durante la Edad Media y el
sobrenombre con el que se le conoció en épocas pasadas: diabolus in musica. El cometido de este conjunto de irreverencias
no es otro que enfrentarse al amor y atacarlo. El tritono da paso, así, a La muerte del cisne de Saint-Saëns que
suena a continuación. Pero la naturaleza es insondable y se resiste a la
simplificación. La joven ninfómana aún tiene que aprender mucho a partir de
estos primeros tramos de su iniciación en los misterios de la vida. Seligman le
recuerda que es precisamente una ninfa, un ser al que aguarda todavía un largo
camino hasta alcanzar su último estadio evolutivo. Amor y sexo son
inseparables, y así se lo recuerda su amiga: “El ingrediente secreto del sexo
es el amor”. En algún momento suena el vals de Shostakovich (¿recuerdo del
momento inicial del proceso?, ¿señal de inmadurez?). La casualidad lleva a Joe
a encontrarse con Jerôme en circunstancias diferentes a las de sus encuentros
sexuales. Joe experimenta ahora lo que es una dependencia amorosa. El diálogo
entre Seligman y Joe permite entrever retrospectivamente una cierta condición
femenina en Jerôme por el modo en que se come el hojaldre (cosas del
psicoanálisis, tampoco hay que darlo mayor importancia). El amor que se ha
abierto paso en el interior de Joe se manifiesta sonoramente en el primer
tiempo de la Sonata de César Franck.
Pero también se vuelve a escuchar, más tarde, el vals de Shostakovich. Este
duelo de temas musicales parece alegorizar la indeterminación de la
protagonista entre el ejercicio desafiante del sexo y la sujección a un objeto
amoroso. Pero lo más significativo del episodio es la identificación de Joe con
la proporción áurea: ante la estupefacción de Jerôme, la joven encuentra
instintivamente un lugar donde aparcar el coche, lugar revelado al espectador
mediante una de las expresiones geométricas derivadas de la sección áurea que
aparece sobreimpresa en la pantalla y que confirma que la ninfa entraña el
secreto de la naturaleza, un secreto apenas desvelado. Pero Joe pierde a
Jerôme.
Episodio
3, Mrs. H. Un ojo femenino y una
inscripción, semiocultos al espectador, dan paso a lo que puede considerarse
como un entremés. Habiendo perdido a Jerôme, Joe reanuda sus contactos sexuales
indiscriminados y los supedita a las leyes del azar dejando que sean los dados
quienes decidan el grado de atención que recibe cada uno de los amantes. Cuando
uno de ellos pretende instalarse en su casa abandonando a su esposa y a sus
tres hijos, se desencadena la tragicomedia. Uma Thurman está graciosísima (y
brillante) en su papel de esposa y madre despechada, desplegando toda una
batería de recursos oratorios que incluye la manipulación de objetos diversos y
de los tres niños (¡ah, Cicerón!) con que culpabilizar a los causantes de un
hogar destrozado. Joe, que ya se había mofado cruelmente del matrimonio y de su
capacidad engendradora en el primer episodio, recibe esta peroratio con cinismo (“¿se puede hacer una tortilla sin romper
varios huevos?”). Sin embargo, la llegada de otro amante se vuelve en su
contra. Descubiertas las artimañas aleatorias que ha urdido, de las que ahora
es víctima, tendrá que enfrentarse a la soledad, una soledad que ya había
experimentado en circunstancias ajenas a la vida amorosa y que el director subraya
con la Sonata de César Franck. En
este punto toma el relevo del relato Edgar Allan Poe.
Episodio
4, Delirium. Acompañada por las
palabras preliminares de El hundimiento
de la casa Usher, vemos a Joe avanzar hacia un lugar siniestro que no es
otro que el hospital donde se encuentra su padre. Rodado íntegramente en blanco
y negro (homenaje, por qué no, a Jean Epstein), en este episodio asistimos al
hundimiento del armazón que ha dado cobijo a la muchacha en las primeras fases
de su iniciación. En su lecho de muerte, el padre vuelve a contarle los
misterios de la naturaleza a través de los árboles, especialmente a través del
fresno, árbol privilegiado por la mitología nórdica. Ante la inminente pérdida
del universo que ha dado sentido a su vida, aquél sucumbe a la desesperación en
forma de delirium tremens, particular
efecto de su síndrome de abstinencia vital. No obstante, el apetito sexual de
Joe sigue incólume: durante sus estancias en el hospital hace el amor
rabiosamente con el personal de éste. De hecho, se intensifica con la muerte de
su progenitor; ante el cadáver, Joe lubrica en un primer plano donde vemos una
a modo de lágrima que le baja por la entrepierna, homenaje último a su querido
mentor. Ante la “casa Usher” en ruinas, Seligman propone a Joe la imagen de un
nuevo habitáculo, aquél en el que se internó de hecho Joe en la siguiente
etapa, pero cuya lectura se le ofrece ahora con la ayuda de la música de
Palestrina y de J. S. Bach, con el testimonio de quienes ambicionaron atrapar
el número áureo en sus creaciones plásticas
o musicales.
Episodio
5, The Little Organ School. Dos son
las claves, ambas musicales, con que descifra Seligman el devenir de Joe en
este último episodio del volumen 1. La primera es la polifonía, singularidad de
la cultura occidental en la que cada voz tiene vida propia, pero, además, se
funde con otras para conformar un todo armónico. Una obra de Palestrina le ha
servido al final del episodio anterior para hacérselo comprender a la
protagonista. La segunda es la omnipresencia en la obra de Bach de todo tipo de
alegorías en las que se incluye la numerología basada en la serie de Fibonacci.
Bach es, sobra decirlo, el más alto exponente de la arquitectura polifónica
musical, o, al menos, se tiene como tal. Joe se ha vuelto a encontrar con
Jerôme y lo integra en su práctica sexual a varias bandas. Pero ahora éstas
quedan reducidas a tres: un amante dócil y paternal que le da seguridad, otro,
dominador y fiero, que le proporciona el máximo placer sensual, y Jerôme, que
garantiza su estabilidad afectiva. En la secuencia más hermosa de la película
asistimos al milagro de las tres relaciones en armonía. La pantalla se divide
en tres segmentos verticales y traduce en imágenes el coral-preludio de Bach
BWV 639 incluído en su Orgelbüchlein:
el bajo, en el pedalero, sustento del conjunto, ocupa la parte izquierda
simbolizado por el coche rojo del amante dócil; la parte derecha la llenan por
igual un leopardo y la figura desnuda del amante dominador, imágenes ambas de
la melodía central, sinuosa y grácil; en el centro Jerôme encarna la voz
superior que es el cantus firmus,
esto es, la melodía del coral preexistente, la que da sentido a toda la
composición, Ich ruf zu dir, Herr Jesu
Christ (Te llamo, Señor Jesucristo) y que es descrita con una frase que ya
hemos oído antes: “El ingrediente secreto del sexo es el amor”. La traducción
literal de Orgelbüchlein sería
“Pequeño libro para órgano”, pero Lars von Trier prefiere subrayar el carácter
pedagógico de la colección traduciendo “La pequeña escuela para órgano”. Y es
que, en efecto, la polifonía de Bach se revela como un paso decisivo en el
proceso de aprendizaje vital de Joe y desvela, una vez más, su imbricación en
la divina proporción que rige la vida natural.
Justo
al final surge el desasosiego. En medio del acto sexual Joe exclama: “¡No
siento nada!”. Esto nos hace temer lo peor. Se nos había olvidado la música con
la que arranca la película, en un lugar sórdido donde Seligman recoje a Joe
maltrecha y semi-inconsciente, y que el director nos recuerda ahora en los
créditos: una música de rock heavy
que alude al sufrimiento y a la humillación afectivos. El destino de Joe
depende del capricho de Lars von Trier. Aquí termina el volumen 1 de su tratado
sobre la iniciación a los misterios de la naturaleza.
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