El confidente
Título: The Friends of Eddie Coyle
Director:
Peter Yates
Guión:
Paul Monash (sobre una novela de George V. Higgins)
Música:
Dave Grusin
Fotografía:
Victor J. Kemper
País:
EEUU
Reparto:
Robert Mitchum, Peter Boyle, Richard Jordan, Steven Keats, Alex Rocco, Mitchell
Ryan, Joe Santos
Año: 1973
Duración: 102 min.
El
confidente
Peter Yates será siempre
recordado por su espléndida Bullitt (1968) con un Steve McQueen en
estado de gracia. Un año antes ya había rodado Robbery (El gran robo, 1967) en la
que, con pulso firme y conciso,
reconstruía el famosísimo robo al tren correo de Glasgow acaecido en 1963. En
su carrera un tanto irregular hay, sin embargo, una película que destaca sobre
las demás, a pesar de no haber gozado de tanta popularidad, y es precisamente
esta magnífica El confidente (inexplicable adaptación de su título original The
Friends of Eddie Coyle, muchísimo más sugestivo), rodada en 1973 en la localidad
norteamericana de Boston.
El cine norteamericano de
los 70 se tiñe de violencia, una violencia real que también sacude a sus
ciudades y al país entero. La guerra de Vietnam, el aumento del paro y de la
delincuencia o la corrupción política, entre otras razones, habían generado un
clima de crispación y desconfianza en la población. El escándalo de escuchas
ilegales Watergate se inició un año antes del rodaje de esta película (1972) y
llevaría al villano Richard Nixon a dimitir de su cargo de presidente de los
Estados Unidos, tras su imputación, en agosto de 1974.
Sin embargo El confidente
es una película
atípica, extraña y personal. Quim Casas habla de ella como de “un thriller sin
acción”, y esto se debe a que su acción es, esencialmente, interior. Los personajes que deambulan
por esta cinta se mueven entre la amoralidad y la supervivencia, entre la
crueldad y el patetismo. La
violencia en El confidente se transforma en sordidez. La sordidez del paisaje: una
ciudad fantasma; Boston aparece como un paisaje desolado e irreconocible,
suburbial y decadente. Ken Jones resume así la película: “Una melancólica
sucesión de encuentros clandestinos que se realizan en las partes menos fotogénicas
del área de Boston durante los últimos días del otoño y la llegada del invierno”. Pero, además, esa melancolía
que impregna el paisaje otoñal e invernal se desplaza también al paisanaje. Los
perdedores que transitan estos suburbios arrastran la tristeza y la crueldad de
los desahuciados. Su lucha es una lucha feroz por la supervivencia en la que la
delación, el soborno y el asesinato son moneda de cambio cotidiana. Aunque
entre de ellos hay diferencias, unos son verdaderos coyotes mientras que otros,
como Eddie Coyle, solo son corderos arrastrados por la propia vida a realizar un
doble juego.
El ritmo es parte esencial
en esta obra, el tempo que impele la narración. Este tiempo opaco y gris como los
personajes y el entorno que les rodea, parece asfixiar paulatinamente toda acción.
Así, en las escenas de los robos vemos cómo la primera –magníficamente rodada-
se presenta con todo lujo de detalles, en un estilo más cercano a las películas
Bullitt o
El gran robo, antes mencionadas. Pero, a medida que el tiempo transcurre, la acción
se diluye en la nada; esa nada de grisura y tristura que lo invade todo. De
hecho el tercer robo no llega ni siquiera a producirse y es abortado
inesperadamente. Los destellos de acción surgen así como pinceladas enérgicas,
espasmódicas pero episódicas. Es ese tempo lánguido, contenido y concéntrico
el que termina por imponerse definitivamente. Es el ritmo de Eddie Coyle,
interpretado por un magnífico Robert Mitchum que con sus gestos, su voz grave,
su mirada triste y cansada, insufla y contagia su propia cadencia. Resulta
impresionante ver cómo este asombroso actor, con una economía gestual
extraordinaria, consigue con una mirada, un silencio, un escueto gesto,
expresarlo todo. Eddie/Mitchum pasa de la severidad a la ternura, de la
violencia al desamparo, de la dignidad a la deshonra. Madera de antihéroe, nos
muestra un ser humano convertido en un superviviente. Emotiva es la escena de
la barra del bar, poco antes del partido de hockey -un bar por el que parece no
haber pasado el tiempo- con un Eddie Coyle desamparado y vencido por el alcohol
que se tambalea indefenso cuando abandona el local, engañado por Dillon, magnífico
Peter Boyle que interpreta a un desalmado sin escrúpulos que ejerce su control
con una frialdad estremecedora.
Los amigos de Eddie Coyle es un título más que elocuente.
Por una parte, porque ellos son los protagonistas del filme, aunque Eddie es el
personaje que se impone y aglutina a los demás. Por otra, porque la fina y
despiadada ironía que destila toda la película, ese humor desolado que inunda a
los personajes –con excepción del policía interpretado por Richard Jordan (que
haría de nuevo pareja con Robert Mitchum un año más tarde en The Yakuza de Sidney Pollack) también queda
sutilmente reflejado en el título original, pues es evidente que Eddie no tiene
ni un solo amigo.
El confidente es una fabulosa película; atípica
y poco convencional, heredera de ese espíritu crítico y contestatario del cine
norteamericano de la década de 1970 que nos dejó obras tan significativas. Su
arquitectura formal, contrapuntística, el tono abatido y desencantado y su carácter
introspectivo, hacen de ella una “rara avis”, dura y austera. Una obra de
poderosa factura.
César Ureña Gutiérrez
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