Melancolía (2011)

Melancolía
Título: Melancholia
Director: Lars von Trier
Guión: Lars von Trier
Fotografía: Manuel Alberto Claro
País: Francia, Italia, Alemania, Suecia y Dinamarca
Reparto: Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland, Charlotte Rampling, John Hurt, Alexander Skarsgard, Stellan Skarsgard, Brady Corbet, Udo Kier, Jesper Christensen, Cameron Spurr, Deborah Fronko
Año: 2011
Duración: 139 min.

Humor negro
Vuelve Lars von Trier a darnos otra lección de autosuficiencia aunque demasiado generosa pues, a mi juicio, a las dos horas largas de metraje le sobra, cuando menos, una. Debo decir de antemano que no me cae simpático este personaje, con sus supuestas excentricidades -¿qué podemos considerar excéntrico en la segunda década del siglo XXI?- y su pretencioso humor negro -aunque muy distante de la melancolía- exhibido, con un irritante sarcasmo, en varias ruedas de prensa y que con frecuencia raya en lo despreciable.

Respecto a la primera parte de la película solo puedo decir que, aunque visualmente muy acertada (como muchos videoclips), en realidad me resultó insufrible. Toda ese desfile de lugares comunes que se muestra en la escena del banquete de boda: crítica de la burguesía, de la familia y demás lindezas, está ya muy visto (y mucho mejor filmado). Baste recordar, por ejemplo, a Ingmar Bergman (y ya es suficiente con uno) y antes de él, a sus maestros Strindberg, Ibsen y Dreyer. Eso de la "cámara en mano" marea y no tiene nada de innovador (hagamos memoria). Como tampoco lo tiene ese tufillio intelectual de citas, subcitas, guiños, subguiños y notas a pie de página con las que, por cierto, ya nos dejó bien servidos la Nouvelle vague hace medio siglo. Decir que Trier es un reformador del lenguaje cinematográfico es como afirmar, que hoy en día, la imprenta es una revolución. Si algo puede definir a este director, aparte de cierta prepotencia, es su irregularidad, su incapacidad para crear obras cerradas y sinceras precisamente por su afán de notoriedad y de distinción que, a la postre, acaban sellando su trabajo con un inevitable toque de vulgaridad. Un guión pretencioso y ostentoso arruina toda esta primera parte de una película cargada, además, de no pocas incongruencias. Creo que el director llegó a afirmar, con cierto aire de misterio –acaso intentando seducir al consumidor- que en la película había “una boda y algo de melancolía”. Boda sí que hay pero melancolía solo es el nombre del astro que va a chocar contra la Tierra. Todo muy simbólico, casi tanto como pedante. ¿Cómo es que Kirsten Dunst requiere ayuda (tampoco sabemos muy bien por qué) para levantarse de la cama, para ingerir alimentos, para ser llevada casi a rastras hasta la bañera, para ser enjabonada… y poco después, sin explicación alguna, aparece ella solita dando un paseo por el jardín y fumándose un cigarrillo? ¿Qué tipo de melancolía la invade o, más bien, la vacía? El dualismo rubia-morena es de una simpleza que ofende; aunque Kirsten pasa de rubia a albina, poco después se vuelve incolora y más tarde -por fin- desaparece… Afortunadamente, una espléndida Charlotte Gainsbourg acaba por llenar una película henchida de arrogancia.
Poco a poco este personaje, Claire, se impone en la misma proporción en que Melancholia se acerca. Y la película, en esta segunda parte, se vuelve, hermosa, palpitante, estremecedora. Parece que von Trier se olvida de asombrar y crea así un cine asombroso, con unas imágenes impactantes y un ambiente desasosegado que nos conducen hacia un final sobrecogedor, de intensa originalidad, en el que parece que vemos por primera vez. Aun así, a pesar de la belleza de esta última parte, la película no acaba de alzar el vuelo porque el lastre previo pesa demasiado.
Posiblemente no hay nada más original, ni más difícil, que intentar expresar lo que se siente con honestidad, lejos de los estrechos límites impuestos por el afán de protagonismo y -todo hay que decirlo- el rédito comercial. Aunque se vaya justo de todo lo contrario.

César Ureña Gutiérrez

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