Producto perecedero: Una historia de violencia


Título: A History of Violence
Director: David Cronenberg
Guión: Josh Olson (novela gráfica de John Wagner
y Vince   Locke)
Música: Howard Shore
Fotografía: Peter Suschitzky País: Estados Unidos
País: Estados Unidos
Reparto: Viggo Mortensen, Maria Bello, William Hurt, Ed Harris,     Ashton Holmes, Heidi Hayes, Stephen McHattie, Greg   Bryk, Peter MacNeill
         Año: 2005
         Duración: 97 min.

Una historia violentada
“Una historia de violencia” podría constituirse en paradigma del cine de David Cronenberg. Me pregunto por qué este director canadiense, de acabado estilo y excelente simulador, está tan valorado. Tal vez la respuesta –negativa, claro está- vaya implícita en el enunciado previo: un estilo acabado y un talento simulador no son suficientes para crear gran cine; es más, en ocasiones, precisamente esas características se convierten en un lastre.

Así pues, “Una historia de violencia” aglutina a la perfección las peculiaridades y también los defectos del cine de Cronenberg. Muy similar a “Promesas del Este” (Eastern Promises, 2007) –interpretada también por el impasible Viggo Mortensen- pretende construir una honda y descarnada reflexión sobre la violencia congénita en el ser humano. Y digo pretende pues sus logros distan mucho de un objetivo tan exigente.
Hace ya un buen tiempo que pulula por los ambientes cinematográficos una ciega –y casi hipnótica- admiración hacia un determinado tipo de películas que destacan por su contenido explícito de violencia. “Obras maestras”, “películas de culto”, son algunos de los generosos epígrafes con los que se las reconoce. Parece ser que detrás de unas imágenes impactantes, sangre a tutiplén, personajes sádicos y amorales que practican la violencia como un modo de diversión, y –por supuesto, éste es el ingrediente mágico- un tufillo intelectual “con mensaje”, en más de una ocasión aderezado con algunas citas y guiños cinéfilos, está la fórmula magistral que nos conduce al orgasmo estético, cuando menos. Véanse en este bando a los ilustres Oliver Stone, John McNaughton o el sempiterno Quentin Tarantino, con un cine que juega con la violencia en lugar de analizarla, que coquetea con ella sin llegar a entenderla; pues el único modo de rechazar la violencia es precisamente su comprensión. Por lo tanto su cine no puede ser definido como “cine violento” sino como “violencia cinematográfica”, un ejercicio vano y banal de estilo al servicio de una ideología despótica. Si he mencionado esto es porque a David Cronenberg también podríamos incluirlo en esta lista, aunque con más de un reparo. El procedimiento de Cronenberg es más personal e intenta ser más complejo pero se derrumba ante un imbricado montaje de andamios con más peso del permitido: la nada que insufla esa pompa de retórica estalla en un vacío pavoroso; el rascacielos manierista se desploma ante unos cimientos de plastilina. La violencia gratuita, estúpida y obscena de Tarantino se vuelve ridícula e increíble en Cronenberg.
¿Qué nos ha pasado con esa etiqueta de “violencia”? ¿Acaso creemos que, a estas alturas, el cine no ha hundido ya su bisturí en este asunto hasta la saciedad con una maestría absoluta, de un modo mucho más sincero, intenso e inteligente que la “Troupe de los Pulp”? ¿Qué pasa con la sobrecogedora “Furia” (Fury, 1936) de Fritz Lang, o con “La ley del silencio” (On the Waterfront, 1954) de Kazan, o “La jauría humana” (The Chase, 1966) de Arthur Penn en la que podemos respirar el estiércol del fascismo norteamericano, o de cualquier tipo de fascismo; o -en época más reciente- “Ven y mira” (Idi i Smotri, 1985) de Elem Klimov, o la terrible “Funny Games” (1997) de Michael Haneke, por no hablar de “Defensa” (Deliverance, 1972) de John Boorman o del ineludible Sam Peckinpah; esto por citar las primeras que me vienen a la cabeza? La lista es interminable pero, desde luego, no tiene cabida para los Stone, Tarantino & Co.
Volviendo a “Una historia de violencia” antes debemos hablar de una historia de manipulación. Primero por mostrarnos a una familia irreal, hábilmente manejada para situarla en las antípodas de lo que vendrá después, sólo que esas antípodas van incluso– si ello es posible- “más allá”. La escena erótica de la colegiala es simplemente burda y patética. Está claro –al menos desde, el hoy en día tan injustamente denostado, Freud- que la violencia, y cualquier forma del mal, está dentro de nosotros; pero en el cine las cosas no bastan con “decirse”, deben entenderse, no porque nos lo “expliquen” sino porque nos lo muestren, porque nosotros somos capaces de percibirlo sin que nos lo digan. Un individuo que se ha pasado buena parte de su vida asesinando “por gusto” difícilmente puede reconvertirse en alguien tan angelical como soso y cargante (Viggo Mortensen) sin que ello comporte alguna fisura. Desde el momento en que sabemos quién es Tom/Viggo –o al menos sabemos quién no es- la película debe mostrarnos y desmenuzarnos ese personaje para que sea comprensible; debemos entender quién era y quién es ahora ese personaje y para ello el “pasado” debe estar ineludiblemente “dentro del presente”, no puede haberse quedado en esos absurdos y ridículos tres años de penitencia en el desierto. Y es que Viggo (cuya máxima –y casi única- cota de expresividad consiste en levantar las cejas con cara de cordero) sigue siendo el marido adorable, el padre ejemplar, el amigo imprescindible, y sólo se transforma en ese malo, cruel y salvaje asesino que lleva o llevaba dentro cuando -¡qué casualidad!- lucha (ahora sí) contra los verdaderos malos malísimos y encima se los carga a todos. El Mal se ha reconvertido para combatir a El Peor. Curiosa visión de la violencia y de su posible regeneración: Viggo se ha curado pero sólo “recae” para exterminar al propio Mal, aunque sus métodos dejen al Mal en pañales, o en pelotas. Ya desde el asesinato de los dos primeros psicópatas nos sentimos sobrecogidos, no por su violencia sino porque la “apacible” familia lo celebra como si Tom hubiese ganado una final deportiva; en algún momento a alguien se le ocurre decirle a su hijo (un personaje absurdo, construido sólo para el efecto) que es normal que su padre esté “un poco raro” después de haberse cargado a dos tipos.
Pero la debacle acontece en el tramo final (como es habitual en Cronenberg) y aquí, la película parece convertirse en un telefilme de sobremesa. William Hurt es un personaje que roza lo histriónico. Un mafioso de primera (que ya quiso asesinar a su hermanito en la cuna) no es capaz, a tres metros de su víctima, de acertar uno solo de los cuatro o cinco balazos que le envía… Eso sí, a continuación se ensaña –como un personaje de comic- con uno de sus esbirros moribundo hasta que aparece otro (¿dónde coño estaba?) y juntos, como los hermanos Malasombra, deciden acabar de una vez por todas con Tom.
A este efecto recordemos el final bochornoso de “Promesas del Este” con un matarife de la mafia rusa (Vincent Cassel) que llora porque tiene que ahogar a un bebé; un Viggo Mortensen que se marcha con él no sabemos adónde, (lo que pretende ser una historia de amistad y fidelidad se queda en un affaire “pseudohomosexual”) dejando sola a Naomi Watts con el bebé y una moto y suscitando la pregunta del millón: ¿cómo narices vuelven a casa? Y es que el cine de Cronenberg es así (lo fue también en la bazofia infumable de “Crash” (1996), en la pretenciosidad autista de “Spider” (2002) y hasta en el final desilusionante de “Inseparables” (Dead Ringers, 1988), sin duda su mejor película). Aquello que se inicia con pulso, con oficio, con interés y con fuerza deviene arrítmico, amateur, aburrido y pusilánime. Y todo aquello que efectivamente brilló, se oscurece con la tibieza plúmbea de lo gris.
César Ureña Gutiérrez

2 comentarios:

  1. Buena reseña..
    Quizá fueron los críticos los que se refirieron a la película como a un estudio de la vio lencia. El film de Cronenberg, de todas formas, es un buen western. O algo así como un film de acción de estilo realista.
    Sí. Estoy de acuerdo en que la violencia no es bella. Y en que los films citados son más exactos explicándola o mostrándola. Recuerdo la sensación que tuve una vez ante el televisor viendo "La jauría humana", hace muchos años.
    Los dos films de Cronenberg no denuncian la violencia. En realidad la ensalzan convir tiendo a los personajes interpretados por Mortensen en héroes..
    En mi opinión Viggo es un buen actor. Sin embargo he llegado a tropezarme con per sonas que defienden un "no sé qué" intrínseco a esos actores.. Como si fuesen seres invencibles, y no sólo personas.. Les atribuyen las cualidades "mágicas" de sus perso najes. Conocidos míos que, aún a su avanzada edad, necesitan admirar a ultranza a Clint Eastwood y al propio Viggo Mortensen. Unos pesados. En fin: cosas de críos..

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  2. Buena reseña..
    Quizá fueron los críticos los que se refirieron a la película como a un estudio de la vio lencia. El film de Cronenberg, de todas formas, es un buen western. O algo así como un film de acción de estilo realista.
    Sí. Estoy de acuerdo en que la violencia no es bella. Y en que los films citados son más exactos explicándola o mostrándola. Recuerdo la sensación que tuve una vez ante el televisor viendo "La jauría humana", hace muchos años.
    Los dos films de Cronenberg no denuncian la violencia. En realidad la ensalzan convir tiendo a los personajes interpretados por Mortensen en héroes..
    En mi opinión Viggo es un buen actor. Sin embargo he llegado a tropezarme con per sonas que defienden un "no sé qué" intrínseco a esos actores.. Como si fuesen seres invencibles, y no sólo personas.. Les atribuyen las cualidades "mágicas" de sus perso najes. Conocidos míos que, aún a su avanzada edad, necesitan admirar a ultranza a Clint Eastwood y al propio Viggo Mortensen. Unos pesados. En fin: cosas de críos..

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Gracias.