Guión
y dirección: Nacho Vigalondo
El efecto mariposa
En la tradición védica se castiga al
monje que se equivoca en la recitación de los textos sagrados porque se asume
que esa distracción pone en peligro el equilibrio del universo. Puede tratarse
de una superstición, pero el principio subyacente no repugna a la racionalidad
más atrevida: cada acción individual resuena en el cosmos. Nuestras flaquezas,
nuestras ansias, nuestros logros hallan eco inmediato en cualquier región del
planeta, porque son substancialmente los mismos. Todos los seres formamos parte
de esa armonía cósmica que vislumbraron los pitagóricos y que a veces se
expresa de manera insospechada como en la película de Nacho Vigalondo, una
película que ya es aclamada por la crítica como la mejor que ha dirigido.
Destripar el desenlace de esta
fábula moral recién estrenada sería delito de lesa cinefilia. Baste decir que
la comedia inicial deviene en tragedia, que la flaqueza humana personificada en
la protagonista tiene un potencial redentor incapaz de ser apreciado por sus
compañeros de aventura, un conjunto patético de varones en diferentes
modalidades: impositivo, pusilánime, psicópata. ¿Quién no se ha emborrachado
alguna vez, muchas veces? ¿Quién, sin embargo, es capaz de reconocer ese estado
de enajenación como una amenaza al orden mundial? Nacho Vigalondo se lo ha
planteado en esta película como metáfora, disponiendo dos personajes
antitéticos que, por supuesto, van más allá del alcohol ingerido para
adentrarse en el terreno de la empatía. Uno de ellos va a ser ingerido por el
monstruo que alberga en su interior, otro, la heroína, adoptará la piel de
monstruo para reconciliarse con el mundo.
La ciencia ficción obra el prodigio
de encadenar ciertos hechos puntuales sucedidos a miles de kilómetros de
distancia, en Estados Unidos y en Corea del Sur. La trama central es bien
conocida y se ha publicado en todos los medios. Pero Vigalondo la utiliza como
punto de partida para trazar diferentes itinerarios vitales y para permitirnos
asistir a una transformación gradual en los mismos, casi imperceptible al
principio, en el caso de Óscar (magnífico Jason Sudeikis), implacable y ciega,
en el de Gloria (Anne Hathaway), sembrada de dudas, pero guiada por el sentido
común. La transformación que se opera en ésta es subrayada por el cambio de
registro interpretativo, desde el exceso de muecas y, quizá, sobreactuaciones,
hasta el aplomo y determinación del último tramo de la película, lo que permite
a la actriz hacer gala de incontables matices. También se cuenta en la cinta,
en sucesivos flashbacks, el origen de los destinos enlazados de ambos que los
van a llevar a interactuar en dos continentes a la vez.
El director ha compuesto una fábula
moral muy seria que los monstruítos orientales y el febril, aunque parco,
andamiaje de la ciencia ficción apenas empañan. Gloria, la heroína, recuerda a
esos personajes erráticos que atesoran virtudes en bruto, recuerda a Parsifal,
recuerda a todos aquéllos capaces de enfrentarse al mundo cada día con ojos
limpios, con la percepción vaga de ser una mota de polvo más, pero ineludible,
en el tapiz de la existencia. Por eso consigue reconciliarse con el mundo.
¿También consigo misma? Atiendan al plano final para ver cuán flacos somos los
humanos y cuánta perseverancia se necesita para poner orden en el cosmos.
Luis Robledo
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