Guión
y dirección: Naomi Kawase
Hacia el silencio
Cuando las palabras certifican la realidad, ésta se muere
de aburrimiento y conspira para hacer más llevadera su existencia: las pone a
recitar, las eleva a un escenario o, simplemente, las cortocircuita insertando
huecos que rasgan su devenir predecible, los mismos huecos que reclama una
invidente a Misako ante su descripción literal de la película a punto de
estrenarse que contará con un audio para ciegos. Misako es la encargada del
guión para éstos y va desgranando en sucesivas sesiones de prueba los
acontecimientos en pantalla ante un grupo de personas privadas de la vista.
Entre ellas se encuentra un célebre fotógrafo, Masaya, al que apenas le queda
una sombra de visión, quien también protestará por el texto invasivo, así lo
califica, de la muchacha. Los dos ciegos sienten que lo que acontece en la
pantalla y no pueden ver queda sepultado por el torrente de palabras que
enuncian con frialdad lo que los ojos de Misako certifican, sienten una
carencia de sentido en el verbo avasallador que Misako ensaya a conciencia en
su vida cotidiana dando nombre a lo que ve o cree ver e, incluso, haciendo un
minucioso recuento de las baldosas que holla, una especial tiranía de lo obvio
que la directora Naomi Kawase subraya mediante planos cortos consecutivos que
son como jirones de realidad.
Las palabras habitan el tiempo, y a él se aferra Masaya
haciendo sus últimas fotos a unos niños con una vieja cámara que parece ser su
razón de existir. “El fotógrafo es un cazador cuya presa es el tiempo”, dice.
También Misako anhela abolir el paso del tiempo mirando una y otra vez las
pertenencias de su padre muerto. Su recuerdo se integra misteriosamente en una
fotografía pasada de Masaya en la que captó una puesta de sol. “Lo más bello es
lo que desaparece ante tus ojos”, es una frase recurrente en la película que
evoca, así mismo, el hecho de que el fotógrafo no es ciego de nacimiento, sino
que ha contemplado el mundo durante años. La muchacha se siente fascinada por
el universo de sombras de Masaya, sombras muy peculiares, porque el fotógrafo
las colorea y amplifica mediante un prisma que refleja los destellos del sol y
que amplía idealmente el espacio donde vive.
En las diferentes sesiones donde se está sometiendo a
prueba el guión de Misako, ésta va corrigiendo su texto de acuerdo a las
sugerencias de los ciegos presentes mientras se repiten diferentes secuencias
de la película de ficción que parecen adquirir nuevos sentidos. Misako entrevista
al director y de la conversación entre ambos queda claro el abismo que hay
entre lo representado y los significados interiores, irreductibles al verbo. La
confusión de Misako llega al límite cuando Masaya le reprocha no haber sido lo
suficientemente explícita, paradoja cruel para la muchacha que ha aprendido a
cultivar con esfuerzo la restricción verbal. Enfrentada al silencio en el
paréntesis temporal que establece Misako en el refugio de su casa familiar, una
campanilla agitada suavemente por la brisa da paso a un plano fijo con ella de
espaldas en el que puede percibir los diferentes sonidos que pueblan el
espacio-tiempo, insectos, una música lejana, el susurro del viento, tan
diferentes todos a la palabra recreada en los planos fijos y vertiginosos que
verbalizaba con la certeza inconsciente de lo que llamamos realidad. Pero el
tiempo y el espacio van a ser conjurados a la vez por los dos protagonistas
gracias a la urgencia de Misako porque Masaya la lleve al lugar donde hizo la
fotografía de la puesta de sol. La infancia perdida, la belleza evanescente,
las dos simas interiores a las que estaban abocados ambos se desvanecen ante el
gesto de Masaya que prescinde de la herramienta que lo ataba al pasado.
Es la hora del estreno. El guión de audio para ciegos está
terminado. Asistimos a la enésima reproducción de la película, pero las
imágenes las vemos de manera distinta, percibimos los huecos en las palabras,
tenemos la certeza de que estamos asistiendo a una doble ficción, quizá por eso
los créditos finales son interrumpidos por una panorámica del patio de butacas
en ausencia de texto y vemos semblantes sonrientes poblados por textos
infinitos, aquéllos con los que juega la realidad para matar el tiempo y no
aburrirse.
Luis Robledo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias.