Estreno 2016: Francofonía


Francofonía (Francia, Alemania y Holanda, 2015)
Guión y dirección: Alekxandr Sokurov


El sueño del arte

            ¿Qué produce el arte cuando sueña? Si la razón goyesca producía monstruos, el arte produce cuando sueña realidad, no sólo la de su presente, sino la que está por venir. El arte nos sueña, lleva milenios haciéndolo, sólo tenemos que observar los retratos del arte pasado para darnos cuenta de que las miradas, los gestos, las actitudes que ofrecen nos prefiguran. Sokurov lo ha entendido enfrentado a los que cuelgan del Louvre, se ha reconocido en cada uno de ellos y se pregunta qué habría sido de la cultura occidental sin la invención del retrato. El arte nos sueña porque crea sentido, eso que parece faltarle a la vida cotidiana y que nos impele a situarnos en una suerte de marginalidad para llenar parcelas privadas de significado, ese “significante flotante” de Lévi-Strauss, con la magia, el pensamiento y el arte. También los museos crean sentido.
En otro poema meta-histórico, El arca rusa, Sokurov tomaba como hilo conductor el Hermitage de San Petersburgo para indagar en el pasado y presente de la sociedad rusa. En esa película soñaba el alma rusa. En la que nos ocupa se centra en la relación entre arte y poder, y lo hace planteando el origen mismo del museo moderno que no es ya ostentación del poder aristócrata cifrado en las galerías de pintura o gabinetes de curiosidades semi-privados propios del antiguo régimen, sino expresión del poder del naciente estado-nación mediante la acumulación a gran escala de botín de guerra adquirido en las diferentes campañas imperialistas europeas. En el sueño de Sokurov se pasean como fantasmas por el Louvre Napoleón y Marianne, el primero apropiándose del conjunto: “Soy yo”, “todo esto soy yo”. Marianne, la deidad revolucionaria de gorro frigio, repite incansablemente: “Libertad, igualdad, fraternidad”, y con la misma contumacia responde el primero: “Sin mí”.
            La película comienza en negro sobre los sonidos característicos de una orquesta en los momentos previos al concierto. La voz del urdidor de sueños habla con alguien por teléfono sobre la preparación de una grabación. Sin más referencias a lo anterior, la voz habla ahora con el capitán de un mercante que se dispone a transportar obras de arte en cajas desde el puerto de Rotterdam. Ambos interlocutores temen por el destino del cargamento ante la agitación del mar. En el transcurso de la película reaparecerá el diálogo inquietante puntuando el relato. Pero el argumento central lo ocupa el episodio histórico de la ocupación de París por los nazis en 1940, en especial la relación entre el director del Louvre, Jacques Jaujard, y el conde Franz Wolff-Metternich, comisionado por Hitler para la conservación del patrimonio artístico de la Europa ocupada. Sokurov imagina escenarios y encuentros entre los dos hombres que reflejan la previsible tensión  habida en aquellos días. Vemos las galerías principales del Louvre vacías, el embalaje y salida de las principales obras a mansiones alejadas (cómo no recordar aquí nuestra Las cajas españolas de Alberto Porlán, el documental sobre la epopeya del traslado a Valencia de las obras del Prado ante la amenaza fascista), la resignación y comprensión del alemán que lo enemistará con las autoridades nazis, porque los dos conservadores sueñan parecido, o así los han soñado desde siglos las caras colgadas tan familiares para ellos, los toros alados asirios, la Victoria de Samotracia, todos los símbolos del poder entre los que se pasean Napoleón y Marianne. También asistimos al lamento del director ruso por la diferente consideración de los nazis hacia la Rusia bolchevique. En una de las conversaciones se dice que Rotterdam ha sido bombardeada. Ahora entendemos por qué Sokurov ha ideado esa subtrama del mercante transportando obras de arte en cajas, cajas que hacia el final de la película van a parar irremediablemente al mar, un sueño, pesadilla, mejor, con el que el director zarandea provocadoramente al espectador.
            El francés y el alemán escuchan su futuro de boca del urdidor de sueños, el primero incrédulo, el segundo meditabundo. A ambos les espera un destino que han ido trenzando en silencio tantas obras de arte custodiadas y amadas. La pantalla se tiñe de un rojo artificial y comienza a sonar el himno de la Unión Soviética, irreal también, transfigurado por armonías extrañas, entendemos que ha comenzado la grabación anunciada al comienzo y que va a coronar el relato. Al compás de la música se transforma el color de la pantalla, el himno es ya irreconocible, hemos entrado en la realidad producida por los sueños.


Luis Robledo

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