Manifiesto (Manifesto) (Alemania, 2015)
Dirección:
Julian Rosefeldt
All you need is Art
Furia, insolencia, provocación,
arrojo, pueblan la mayoría de los manifiestos artísticos del siglo XX. Con
lenguaje críptico e iconoclasta señalizaron el mapa de la Modernidad hasta
dejarla exahusta. Desde la condición postmoderna, quién sabe si también a punto
de morir por asfixia, Julian Rosefeldt vuelve esa iconoclastia contra sí misma,
la enfrenta a sus fantasmas, a sus contradicciones. También el sueño de la sinrazón
produce monstruos, parece querernos decir. Pero, a la vez, la voz en off con
que arranca y se cierra la película, que encarna al arte mismo o a la creación
artística, postula, a despecho de proclamas bizarras y más allá del tiempo
histórico, la irrenunciable pasión de crear, de hacer Arte, arte con
mayúsculas. Sugerente como pocas, esta película explora el abismo de la
creación artística a la luz de algunos de los testimonios que delinearon los
derroteros del pasado siglo.
La cinta se articula en doce escenas
que corresponden a otros tantos movimientos o conjunto de movimientos
artísticos. En estas últimas podría ponerse algún reparo, como en la escena en
que se amalgaman el vorticismo, el Blaue
Reiter y el expresionismo abstracto, porque la cronología y, más
importante, las filiaciones son diferentes; o en la que se mezclan el arte
conceptual y el minimalismo, muy distintos en planteamientos. Pero, en fin, no
es una historia del arte, es una obra de autor. Algunas escenas se
entremezclan, son recurrentes, otras se ofrecen como escenas aisladas y
autónomas. El conjunto, en todo caso, es un discurso coherente con los
planteamientos del director.
Abruma la cantidad de nombres y
textos con los que ha trabajado Rosefeldt, y no están todos, obviamente, pero
creo que sí los más importantes. Hasta ha incluído el Manifiesto comunista de Marx y Engels, saltándose el marco
cronológico. Ya puesto, podría haber echado mano del anarco-socialista El alma del hombre bajo el socialismo,
publicado por Oscar Wilde en 1891, mucho más lúcido que el de los dos
dogmáticos barbudos. A cambio, encontramos nombres no muy transitados, como el
de Vicente Huidobro, el gran poeta chileno a quien en vano quiso obscurecer
Neruda. Pero, de nuevo, es una obra personal y suyas son las elecciones. El
hilo conductor de todas las propuestas estéticas parafraseadas es el Manifiesto situacionista de Guy Debord,
muy oportuno en este año en el que se rememora el mayo francés del 68, del que
fue elemento fundamental; además, parece que late en el interior de la película
el libro de este último La sociedad del
espectáculo, por cuanto el director ha convertido en espectáculo las
verborreas incontinentes, aunque geniales la mayoría, de nuestro reciente
pasado artístico.
Las doce escenas que recrean las
propuestas estéticas seleccionadas tienen una misma protagonista: Cate
Blanchett. Su trabajo es, sencillamente, magistral. Actriz proteica como pocas,
aquí desarrolla todo su potencial interpretativo, voz y gesto, para dar vida a
la lectura atrevida, irreverente, también profunda que Julian Rosefeldt hace de
esos necesarios agitadores de conciencias que toda sociedad necesita para
seguir viva, y el arte es un revulsivo de primer orden, porque subvierte,
agita, descompone…, si es verdadero arte, es decir, si nos invita a releer y
reescribir el mundo. No es tarea fácil y está sujeta inevitablemente a la
coyuntura histórica. Por eso, el tiempo, en nuestro presente la mirada
postmoderna, se puede permitir una mirada displicente, irónica. La ironía es la
figura retórica que ha adoptado Rosefeldt para hacer del pasado espectáculo. En
este sentido, hay soluciones que son todo un logro, por ejemplo, los exabruptos
futuristas del agresivo Marinetti que acompañan a una broker exasperada en una colmena humana donde se gesta la mayor
agresividad posible: la de la economía financiera; o el sepelio en el que
Blanchett pronuncia una elegía con las palabras de Tristan Tzara que no se sabe
muy bien si son alegoría de la muerte del arte, como querían los valientes
correligionarios del apátrida, o de la propia muerte de Dadá; o las proclamas
del pop art que un ama de casa mojigata musita como oración en la mesa de una
familia estadounidense, involuntaria matriz y destinataria a la vez de la
transgresión; o el militarizado ensayo de ballet para dar vida nada menos que
al conjunto Fluxus/Merz/Performance; o la entrevista televisiva en la que la
protagonista se desdobla para explicar muy seriamente a una audiencia imaginada
los secretos del arte conceptual y del minimalismo; y, broche de oro, el rigor
de una maestra inflexible guiando los ejercicios de los niños con las consignas
del Dogma 95 de Lars von Trier y
Thomas Vinterberg. Genial Cate Blanchett en todas. Mención aparte merecen los
muñecos que pueblan la escena dedicada al Surrealismo/Espacialismo.
La reflexión de Julian Rosefeldt nos
insta a recordar que el arte es irreductible a su plasmación en cualquier
programa o manifiesto. No obstante, la voz del arte mismo al comienzo y cierre
de la cinta se cuida de afirmar su presencia, una presencia demiúrgica aunque
elusiva, potente pero inefable, atenta a construír la realidad cuantas veces
haga falta, no vaya a ser que nos olvidemos de interrogar al mundo.
Luis
Robledo
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